La edad

Aunque pueda parecer raro este va a ser mi primer escrito en castellano.
Me dijeron una vez que los escritores deben decidirse por una lengua, no de cara a los demás sino por su propio bien. Aunque esta opinión es respetable, no la seguiré. Si alguien se pregunta '¿por qué?' la respuesta es sencilla. Primero, no me considero escritora. No me dedico a ello pues no me pagan y no creo que lo que escriba sea arte, literatura o como lo quieran llamar. Y segundo, escribo como me sale de dentro, es decir, escribo primero y pienso después.

En uno de estos días de aburrimiento y no saber qué hacer, me puse a pensar. Recordé que hay canciones o películas que me gustan que hace ocho o diez años que se crearon, publicaron o estrenaron. "Me siento vieja", pensé. Inmediatamente pensé que eso era una tontería. No me puedo sentir vieja porque no lo soy. ¿O sí puedo?

Realmente, la edad es algo que preocupa a quien se hace mayor. Será porque la muerte se avecina aunque sepamos que alguien joven no es inmortal. O tal vez sea porque nuestro cuerpo envejece. No podemos establecer la edad de un/a adolescente por su apariencia (y menos ahora que cada vez son más altas y altos). Sin embargo, sí podemos hacer un cálculo aproximado con aquellos que pasan de los treinta años.

Físicamente cuando nos hacemos mayores las manos se arrugan, los pechos se caen, la cara también se arruga (y cuando hablo de arrugas me refiero a hombres y mujeres), la piel se seca o suelen salir canas. Generalmente, las manos y la cara reflejan la edad porque las canas pueden salir cuando eres muy joven o no salir nunca.

El otro día estaba tomando un café en un bar, esperando a que una amiga viniera. Estaba atenta a la puerta pues mi amiga podría llegar de un momento a otro. En ese instante, llegó una pareja cogida de la mano. Este hecho es muy normal. Lo que no fue normal es que sólo les pude ver las manos. Era una mujer y un hombre, seguro, por el tamaño de las manos. Sí, y sé también que eran de diferente edad y que esa diferencia era amplia pues una mano estaba más arrugada que la otra. Automáticamente quise saber cómo era esa distancia de edad. Nada más.
Poco después, se quitaron los gorros que llevaban (os aseguro que hacía frío aquel día) y las bufandas. Se tomaron un café y un refresco, y se marcharon. Se dejaron un bolso rojo, muy bonito, en la silla. Por desgracia, me di cuenta tarde y no pude avisarlos.

Mi amiga seguía sin aparecer así que observaba la puerta con detenimiento. Entró otra pareja cogida de la mano. Llevaban guantes, gorros, bufandas y todo lo que se puede llevar en un día que hace frío. No pude ver nada, excepto sus ojos (sí, no estaba a mucha distancia de ellos). Uno de ellos se fue hacia la mesa donde la pareja anterior se había sentado. Cogió el bolso rojo y se fueron. La expresividad de sus ojos demostraba la química y la confianza que tenían.

Si los ojos reflejan aquello que el alma siente, me atrevo a decir que aunque el cuerpo envejezca los ojos no lo harán nunca y el alma, si crees en ella, tampoco.